Recuerdo vívidamente el momento en el que recibí la noticia de que había sido galardonado con el 1er premio “José Luis Gómez Skarmenta” concedido por la SEBD. Fue una mezcla de emociones encontradas. Por un lado, sentí una enorme alegría y orgullo, pues a todos nos gusta que nuestro trabajo sea reconocido, especialmente por otros investigadores cercanos a nuestra área de trabajo. Además, también me sentí honrado y privilegiado de poder compartir dicho premio con Manuel Irimia, a quién no solo admiro y considero uno de los mejores investigadores de nuestro país, sino también un buen amigo. Dicho esto, recuerdo no poder evitar cierto sentimiento de tristeza y nostalgia, ya que la imagen de nuestro querido José Luis me vino inmediatamente a la cabeza y no pude evitar que me embargase la emoción.
Conocí en persona a José Luís hace ya bastantes años, precisamente en un congreso de la SEBD que se celebró en Madrid. Corría el año 2014 y yo acababa de empezar mi grupo de investigación en la Universidad de Colonia (Alemania) tras mi etapa postdoctoral en USA y tras muchas dudas acerca de si era o no el momento adecuado para regresar a España debido a la crisis económica que ahogaba, entre otras cosas, la ciencia en nuestro país. Por aquel entonces, José Luis era ya una figura de referencia en el ámbito de la genómica funcional y evolutiva y alguien a quien admiraba profundamente. Yo siempre he sido una persona bastante tímida e introvertida y apenas conocía a nadie en aquel congreso en el que todos parecían ser viejos amigos. Entonces, al finalizar el primer día del congreso, José Luis vino a hablar conmigo, a felicitarme por mi trayectoria y a invitarme para que me uniera a él y al resto de su grupo en torno a unas cervezas en un bar cercano. En ese ambiente distendido y relajado comencé a darme cuenta de que José Luis era una persona y un científico especial e irrepetible, con una personalidad arrolladora y una pasión por la ciencia contagiosa. Desde entonces mantuvimos un contacto frecuente a través de emails y de visitas a nuestros respectivos institutos en Sevilla y Colonia. Esto no hizo más que aumentar mi admiración por José Luis, a quien quizás de manera algo inconsciente usé como ejemplo de cómo con ganas, esfuerzo y mucho amor por la ciencia era posible hacer investigación puntera desde España pese a las limitaciones económicas a las que frecuentemente nos enfrentamos. Así fueron pasando los años, durante los cuales iban creciendo mis ganas de volver a España, en parte gracias a mensajes que cada cierto tiempo me enviaba José Luis animándome, con su habitual sarcasmo, a regresar y que, por si hay menores que leen este artículo, es mejor que no reproduzca. Hasta que en 2018 y empujado también por motivos familiares, decidí regresar a “casa” y continuar mi carrera investigadora en el Instituto de Biomedicina y Biotecnología de Cantabria (IBBTEC) en Santander. Tras mi regreso, José Luís me siguió apoyando e incluso comenzamos a discutir posibles colaboraciones hasta que, de forma injusta e inesperada, el cáncer comenzó a arrebatarle una fuerza y vitalidad que muchos creíamos irreductible. Nos queda su increíble legado y ese reguero de grandes investigadores que se formaron junto a él y que mantienen viva esa forma abierta, colaborativa y disruptiva de hacer ciencia.
Más allá de sus innumerables hallazgos científicos y publicaciones, José Luís creó escuela y una forma de ver la vida y la ciencia de la que todos seguimos beneficiándonos.
Tras realizar toda mi carrera en el extranjero (Suecia, USA, Alemania…), recuerdo sentirme bastante perdido tras mi vuelta a España, lleno de dudas y con solo un puñado de personas a las que pedir consejo acerca de las peculiaridades de nuestro sistema de investigación. Habían sido casi 20 años lejos de casa, más de media vida alejado de mi tierra y mi familia. Era estupendo poder volver a disfrutar de mis seres cercanos, de mis añoradas montañas… pero tocaba lidiar con muchos retos personales, científicos…y burocráticos. En esos primeros meses, el apoyo y los consejos de José Luís y de otros miembros de la SEBD como Miguel Manzanares o Marian Ros, fueron fundamentales. Poco a poco fui conociendo a otros miembros de nuestra increíble comunidad de biólogos de desarrollo (Miguel Torres, Isabel Fariñas, Angela Nieto y, especialmente, Eloísa Herrera, Paolo Bovolenta, Elisa Martí, Juan Ramón Morales…y el resto de componentes de la maravillosa red “DevNeural” que me acogió con los brazos abiertos) que, con enormes dosis de trabajo, ilusión y talento compensan la falta de apoyo económico y administrativo que, por desgracia, es ya crónica en nuestro país.
En esa coyuntura de preocupación por un lado, al ir descubriendo las miserias de nuestro sistema, y de admiración por otro, debido a la gran ciencia que, pese a todo, realiza nuestra comunidad científica, llegó el premio JLGS. Quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer una vez más a la SEBD el haberme otorgado dicho premio que, entre otras cosas, fue fundamental para dar visibilidad a mi grupo y nuestra investigación entre la comunidad científica española y darnos ese empujón que todos necesitamos cuando nos enfrentamos a nuevos retos y dificultades.
Ahora que me voy haciendo mayor, he perdido la etiqueta de “junior”, mis hijos tienen miedo a que me lesione cuando juego con ellos y los estudiantes me tratan de usted, espero poder aportar mi granito de arena y ayudar a que la SEBD siga creciendo y apoyando a las futuras generaciones de biólogos del desarrollo.
Se suele decir que el tiempo todo lo cura. Pasados ya unos años desde que José Luis nos dejase, la tristeza por su perdida sigue presente en todos lo que le conocimos. Pero, al mismo tiempo, estoy seguro de que mucha gente, entra la cual me incluyo, se siente afortunada por haberle conocido y aprendido de él. Por todo ello, el haber recibido un premio ligado al nombre de José Luis me llena de un enorme orgullo y siempre ocupará un lugar de honor no solo en mi oficina sino sobre todo en mi corazón.
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